Es este verso,
maduro, terco
que insiste en
alimentarse con el resto
de una comida diaria,
dormir al borde de un desencuentro
beber las aguas servidas del espanto.
Desagota su veneno
en una página,
rompe los vidrios
de un músculo desolado
y tiende una cama
en una montaña de escarcha.
Huye.
Fiera liberada de la sentencia.
Huye.
Busca el silencio,
se refugia en la soledad.
Desprecia el vacío
que instalan
las naderías diarias.
Imagen: Monserrat Gudiol |