1 — Apuntando a nuestros lectores más remotos,
Sonia, ¿nos hablarías de tu ciudad (y de vos en ella), de aquella capital de
los sesentas y de los setentas? Además de residencial, ¿cómo es Villa Belgrano?
SR
— Córdoba es mi lugar en el mundo, más
allá de haber nacido acá; experimenté al volver de algunos viajes que no me
gustaría vivir en otro lado; lo digo puntualmente en un poema que fue escrito
en una de esas ocasiones: “Camino mapas y vuelvo desalmada/ a buscar
entre tus brazos/ calicanto y neón para el amparo // envuelvo mi nostalgia en
el infierno de árbol/ que es Saldán a esta hora de las ganas/ cuando las
arrugas del agua/ trepan el muslo templado de la piedra/ y seducen su mítico
cansancio // Me dejo llevar impresionista hasta Van Gogh/ pintando la hojarasca
en jarrones de sueños/ por las siestas junto a Villa Belgrano/… Cómo saber por
qué todo me llama/ si es una plaza un cielo una cañada/ con un hilo de voz como
la mía/…”
Dentro
de la misma capital de la provincia me mudé de casa varias veces, sin embargo
me siento perteneciente a Villa Cabrera, barrio donde transcurrió mi infancia y
adolescencia, y al que llegué cuando era casi campo y donde ni siquiera el
ómnibus del jardín de infantes entraba. De aquella primera vida, dentro de
todas las que viví, recuerdo el río cerca y las incursiones por las siestas con
mis amigos, botella en mano buscando mojarritas, mientras los adultos dormían.
La felicidad de sentarme en el asiento secreto que se abría en la parte del
baúl de la voituré de mi abuelo.
De
los setentas te puedo contar de la Córdoba universitaria y rebelde, sobre todo
en Filosofía y Humanidades, donde cursé desde el ‘71 al ‘75, universidad por la
que ganó el nombre de “la docta”, con profesores de alto valor académico.
En
Villa Belgrano estoy viviendo hace poco; es residencial, pero a su vez está
cerca de centros comerciales y una avenida muy concurrida; un poco más alejada
está la zona que nombro en el poema de los arboles otoñales.
2
— En una oportunidad, participando en el Encuentro Regional de Literatura
organizado en 1983 por la Secretaría de Cultura de tu provincia, presentaste
una ponencia: “Miguel Iriarte, el teatro cordobés en el contexto nacional”.
SR
— En ese entonces era asidua concurrente
al teatro que se realizaba en la ciudad, y fui a ver todas las obras de Miguel
Iriarte porque me parecían por demás representativas de lo regional. Una de
ellas se llamaba “San Vicente Superstar”, aludiendo a un barrio típico y
popular de la capital, al que se lo denomina también la “república” de San
Vicente, y a la hora de decidir una ponencia —era la primera vez que me
presentaba en un Congreso— se me ocurrió entrevistarlo a Miguel Iriarte y
hablar de nuestro teatro.
3
— Sobre la poética de Roberto Juarroz (1925-1995) te has ocupado, acaso,
principalmente. En el Tomo I de “El
hispanismo al final del milenio”,
aparecido en 1999, se incluye un trabajo tuyo sobre él.
SR
— A Juarroz tuve el privilegio de
escucharlo por primera vez en un Congreso en Buenos Aires, me lo había
presentado el poeta Héctor Yánover [1929-2003]; después de su lectura quedé
atrapada, su poesía tiene que ver con la filosofía, y sobre todo con la
filosofía oriental de la que abrevé durante muchos años y puse en práctica
cuando cursé el profesorado de yoga y tuve contactos con maestros de diversos
lugares. Desde allí había tomado conocimiento de la existencia de la cábala o
kabalá, y me enamoré (al igual que Borges) de pensar el valor que se le daba a
la palabra, la potencia de sus signos. Tomé contacto con la poeta y ensayista
Laura Cerrato —su mujer—, confirmó mi apreciación hablándome de las lecturas
que ambos habían realizado, me envió un material inédito sobre Juarroz y un
cassette que él grabó —el poeta Antonio Requeni también me había aportado un
material riquísimo—. Fue una experiencia maravillosa dictar un seminario en su
honor y presentarlo como ponencia en dos Congresos, aquí y en España.
4
— Tendrías treinta y un años cuando integraste la comisión coordinadora de la
primera Feria del Libro del Autor Cordobés. ¿En qué aspectos considerás que ha
ido evolucionando la Feria?
SR
— Cuando me convocaron para integrar esa
primera comisión, lo hicieron desde un lugar de representación de los talleres
literarios, como coordinadora de uno de los pocos que en ese entonces
funcionaban. Fue una iniciativa de la Municipalidad de la Ciudad de Córdoba.
Nos reunimos desde distintas áreas de la cultura. Invitamos a las editoriales
cordobesas. Fue totalmente a pulmón; nos habían cedido un espacio céntrico y
nosotros mismos armamos las estanterías para ubicar los libros y algunos de los
carteles alusivos.
Si
debo compararla con la Feria del Libro actual, ya después de tantos años se
amplió no sólo en espacios alternativos, en temáticas diversas, sino que se
transformó en una Feria de librerías que contempla todo tipo de volúmenes, y de
actividades que incluyen autores del país y del exterior, en algunos casos
abarcando todos los géneros literarios, además de espectáculos
poético-musicales, narrativa oral, teatro para niños...
Es
una alegría haber participado en lo que fue el primer intento de un proyecto
que pudo proseguir y ampliarse en las sucesivas ediciones.
5
— “La Palabra Secreta” se llamaba el programa que produjiste y condujiste en
1994 en LV2. ¿Cómo lo armabas? ¿A qué autores entrevistaste?
SR — “La Palabra Secreta “significó para mí mucho más
que un programa radial.
Sucedió
que con motivo de la presentación de un libro me llamaron para entrevistarme en
un programa de la entonces LV2, y en el transcurso de la charla se acercó el
director de la emisora, se quedó hasta que concluyó y me ofreció realizar un
programa semanal con autores de Córdoba. El armado del programa me demandaba
toda la semana, porque leía la obra de cada autor (tanto poetas como
narradores) y los invitaba el domingo a la tarde a conversar sobre la misma. La
música que seleccionaba tenía que ver con el o los temas que se iban a tocar.
Recorría las editoriales requiriendo ejemplares para regalar, al final de cada
programa, a quienes llamaban por teléfono con preguntas para el autor. Hasta
que la radio cerró, cambió de espacio físico y yo comencé a dedicarme más a la
coordinación de talleres y el dictado de seminarios. Por allí pasaron poetas
como Susana Cabuchi, Aldo Parfeniuk, ensayistas y narradores, María Paulinelli,
Juan Coletti, Andrea Guiu, escritores de literatura infantil como María Rosa
Finchelman; también recuerdo haber dedicado programas enteros para hacer
homenajes a escritores como Julio Cortázar, con textos leídos por el propio
autor, música de jazz y escritos de otros autores acerca él. Lo mismo sucedió
con Borges, con Olga Orozco, con Alejandra Pizarnik...
6 — “AMIA in memorian” se tituló la muestra de
plástica y poesía en la que participaste en 1995.
SR
— En ese año, dos artistas plásticos
reconocidos en nuestro medio, Edith Strahman y Gonzalo Vivián, habían pintado
cuadros de gran formato con motivo del atentado terrorista en la Asociación
Mutual Israelita Argentina. Convocaron a varios poetas para la muestra: Arnaldo
Bordón y Susana Romano Sued, entre otros. Los poemas fueron impresos en un
tamaño considerable al lado de cada obra. Luego se abocaron, a través del poeta
Julio Castellanos y su Editorial Argos, a la publicación de un volumen
testimonial.
7 — ¿Seguís coordinando junto a Leonor
Mauvecín un ciclo de lectura de poesía y narrativa llamado “De Puño y Letra”?
SR
— Ya no. Esos encuentros fueron
consecuencia de un ofrecimiento de una ex–integrante de mi taller que tenía la
concesión del bar de un hotel céntrico. Fue un ciclo que combinaba, además de
lecturas de poesía o cuentos breves: música y café. Estuvo fantástico, y con
gran afluencia de público.
8
— A través del Grupo Editor Shalom, en 1997 aparece tu poemario “Late
Jerusalem”con pinturas del gran Carlos Alonso (1929). ¿No hay edición
electrónica?
SR
— A poco de volver de un viaje a Israel,
comencé a garabatear aquello que distaba de ser la experiencia mística que yo
había tenido, como nos sucede cuando la palabra no alcanza (casi siempre) a
decir lo que queremos trasmitir. En una conversación telefónica le comenté esto
a un poeta amigo que me contó que Carlos Alonso recién volvía de un viaje a
Israel y que estaba pintando .
Al
tiempo lo llamé a Alonso para decirle que necesitaba ver cómo había pintado
aquello que yo había experimentado y escrito. Con una generosidad
extraordinaria me invitó a su atelier y me mostró cuadro por cuadro, enormes
paisajes de arena que desbordaban la tela, caminos y pasadizos de intenso
colorido que provocaron a la poesía apenas regresé a casa, de modo que ya tenía
no sólo los poemas escritos a Jerusalem, sino también los concernientes a
Carlos Alonso y sus cuadros. A partir de su lectura de mis textos surgió la
idea del libro conjunto. En el interín presenté en Córdoba un libro de la
escritora Manuela Fingueret. Ella leyó mis poemas y me puso en contacto con la
Editorial Shalom en Capital Federal. Y fue allí donde Alonso se ocupó
personalmente de la diagramación de la tapa junto a la editora. Lamentablemente
no hay edición electrónica del libro y sólo quedan algunos ejemplares dando
vuelta.
9 — Puesto que, según advierto, has sido
incluida en, al menos, una antología de cuentos —“Bajo llave” (1994)—,
incursionaste en la narrativa. ¿Tenés algún volumen inédito de cuentos o
relatos? ¿Y poemarios a la espera de edición?
SR
— “Bajo llave” se tituló así porque incluía cuentos de un
grupo de poetas, el grupo Aiquén, compuesto por Esther Ramondelli, Susana Lobo,
Arnaldo Bordón y Angélica Garay, cuentos que nunca habíamos
publicado y los teníamos guardados. Además de los allí incorporados, hay otros,
inéditos, de distintas épocas. Ahora justamente estoy con un proyecto en
narrativa, sin tiempo ni obligación de escritura, una idea que ya veremos cómo
se plasma.
En
este momento está en edición un volumen con mi obra reunida, proyecto que
surgió de la Sub-Secretaría de Cultura de la Provincia de Córdoba. Fue algo
inesperado para mí, un honor inmenso, porque ediciones anteriores, a modo de
reconocimiento a la trayectoria, les fueron otorgados a Alejandro Nicotra,
Rodolfo Godino y Julio Castellanos. En mi caso se incluirán los poemarios
editados entre 1989 y 2014 y dos libros inéditos. Cada uno de los diez que
contiene la obra reunida lleva un prólogo, los que fueron solicitados por el
grupo de cultura de la provincia a Silvia Barei, Raquel Garzón, Fernando
Toledo, Alfredo Lemon, Leonor Mauvecín, Leandro Calle, César Vargas, Marcela
Rosales, Hugo Rivella y Antonio Requeni, de altísima calidad literaria y
profundidad crítica todos ellos.
10 — ¿Damos a conocer ese grupo literario,
“Heptagonal”, al que pertenecés? ¿Quiénes lo integran o integraron, qué han ido
produciendo y socializando?
SR —
“Heptagonal”, siete agónicos poetas (como nos caracterizó al presentarnos una
vez la Dra. Lila Perrén de Velasco) que nos juntamos desde una admiración hacia
la poesía del otro, Leonor Mauvecín, Julio Castellanos, Alfredo Lemon, César
Vargas, Liliana Levín, Leandro Calle y yo (en su momento perteneció al grupo
Rafael Velasco, que ahora vive en Buenos Aires). De mucho café, lectura, vino y
asado, surgió un libro que incluye un CD con poemas leídos por cada uno de
nosotros (el libro lleva como título el mismo nombre que el grupo), y una
carpeta de poesía, “Tema Libre”, ilustrado bellamente en tapa con un árbol de
la vida, de la plástica cordobesa Hilda Zagaglia. El grupo participó en
numerosas mesas de lectura en la Feria del Libro de Córdoba.
11
— De una introducción de Jorge Dubatti a la obra del dramaturgo Mauricio
Kartun, transcribo: “Primero hay que fluir —sostuvo Kartun—,
bajo la hipótesis narcisista y omnipotente de lo bien que lo hago. Después, hay
que corregir en estado de humillación. Trabajo siempre en ese estado dialéctico
entre el pavo real y la cucaracha.” ¿Algo que añadir a esta
contundente manifestación?
SR —
Tal vez escriba y corrija en ambos estados a la vez en la mayoría de los casos.
En realidad, prefiero pensar como cucaracha, por la posibilidad de que algún
verso o párrafo sobreviva a los cataclismos, y no como pavo real porque
entiendo que si miro mi vida tomando distancia y llego a vislumbrar la
ondulatoria geometría que me traslada de la vida a la muerte, sé que lo que
hago solo me ayuda a mí a fluir desde una fina grieta desde mi interior, en
éxtasis, y en éntasis cuando encuentro lugares internos, desconocidos hasta
entonces, y los puedo iluminar desde la palabra como autoconocimiento y
reflexión de nuestro ser en el mundo. La omnipotencia no me permitiría hacer
mía, como lo hago, una idea de Octavio Paz: “Para que pueda ser he de
ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no
existo, los otros que me dan plena existencia”. Lo contrario sería la
soberbia, propia de la inseguridad, que mira a los demás desde arriba para
sentir una importancia ficticia.
12
— ¿De qué universo surge “Mujeres rotas” y cuáles fueron las
imágenes generadoras?
SR —
Surge desde mi propio universo femenino, captando el dolor, la vida dolorosa de
algunas artistas (el libro comienza con un poema dedicado a Frida Khalo, Edith
Piaf y Clarice Lispector), para luego extenderse en forma más íntima a mujeres
dentro de mi universo personal, incursionando también en el árbol genealógico.
13 — ¿A dónde te llevan
“retractación”, “estipendio”, “ínfulas”, “inanición”, “aunados”, “desidia”?
SR —
Solamente “aunados” no necesitaremos utilizar ninguna de las otras palabras.
(Lo que no estaría demás sería un estipendio adecuado para aquellos que
ejercemos la docencia o participamos en la cultura, algunos de los cuales, a
futuro, podrían llegar hasta la inanición, física por supuesto, ya que la
espiritual se encuentra, en la mayoría de los casos, por demás nutrida.)
14 — En un
artículo que hace ya unos años escribió el poeta peruano Julio Ortega, declara: “Amo
la luz de Garcilaso, la vehemencia de John Donne, el fuego apagado de
Baudelaire, el silabeo de Emily Dickinson”, y dos párrafos después menciona “la
visión de Wallace Stevens, el arabesco de Zanzotto, el fulgor de Celan, el
ardor de René Char, el paladeo de Lezama”. ¿Cómo caracterizarías las
poéticas de otros autores?
SR — La magia
oracular de Olga Orozco, la inanición transgresora de Pizarnik, la sumergida
oriental de Roberto Juarroz, la búsqueda mítica de Horacio Castillo, la honda
soledad intelectual de Borges, la dolorosa rebeldía de Glauce Baldovín, el
humano estallido de Whitman, la alucinada mordacidad de Allan Ginsberg, la
poesía y el poema en la savia del árbol de la vida de Octavio Paz, la
desoladora heteronomía de Pessoa, entre otros maestros del camino.
15 — ¿Por qué no
preguntarle a alguien que hasta donde yo sé no ha incursionado en la poesía
experimental (visual, electrónica, fonética), primero si efectivamente no lo ha
intentado, y segundo, qué opina?...
SR — No
incursioné en ella. Leí algo, como las iniciativas del llamado “Slam” en
Estados Unidos o bien algo de poesía minimalista, por no hablar de la
vanguardia, que en su momento fue experimental y de la que solo sobrevivieron
como elementos creativos los famosos manifiestos (puedo quedarme también con un
poema de André Bretón para ser justa conmigo misma).
En
realidad, pienso que la poesía de por sí es experimental (nunca acabamos de
decir lo que queremos decir y buscamos la forma más original de hacerlo para
que diga más, y a su vez es plurisignificativa en la mayoría de los casos,
porque cada quién la lee desde su propia captación del mundo).
16 — ¿Qué te
indigna? ¿Qué, además de indignarte, te enfurece?
SR
— Me indigna
todo lo que es indigno del ser, la violencia en todas sus formas, la
desigualdad, la injusticia; la estupidez también me indigna, igual o más que
todo lo anterior. Cosas terribles suceden en este mundo por la estupidez, cosas
irreparables por la falta de conciencia y de crecimiento espiritual. Todo esto
me enfurece muchas veces, pero mayormente me produce impotencia. “Y qué
hago yo aquí, soñando como Lennon sin bala …”, me pregunto en el poema
“Pero esto no era”:
Pero esto no
era
“afuera está lloviendo en otro idioma”
Jorge
Boccanera
Este poema fue soñado.
Un jazmín extendía sus
pétalos
y absorbía el olor a piel
chamuscada.
Era Londres. Era Madrid.
Era Irak.
Era Tel Aviv. Era Buenos
Aires.
El humo cubría las
órbitas vendadas.
Por las avenidas,
falanges sueltas
tocaban las vidrieras de
Tiffany y Cartier.
El planeta azul con su
conciencia gris, ennegrecida.
No hay sonidos.
Celulares pegados a caras
con bocas que se mueven.
¿Quién puede mirar tu ojo
que tiene una sola
lágrima
donde se refleja el
horror?
¿Cuándo fue mejor?
Había otros trenes
que desembocaban en
alambres y chimeneas,
aviones que terminaban en
lago al fondo.
Perdón Mallarmé, ¿Volver
a las palabras de qué tribu?
Huí, dobro, todo adjetivo
mata.
La idea es el invisible
donde ajustar al hombre,
su cama de Procusto,
y los hombres son azules
o verdes o violetas,
tienen ramas y raíces
y pájaros que les nacen
cuando quieren ver más
lejos y volver.
Y qué hago yo aquí
soñando como Lennon sin
bala
desde este margen, con un
poder
que no le sirve a nadie,
desde esta palabra que
nunca será esclava,
en este mundo que desde
hace cincuenta años
me perfora el cerebro.
¿Seremos lamidos por las
fieras
en el bosque de la
ambición?
La Gran Sacerdotisa
no atina a leer el
oráculo.
No se disipan los fuegos.
Las cenizas entraron en
los ojos de los vivos.
El jazmín del sueño crece
al margen
y sabe que nunca llegará
al lugar del deicidio.
Pero esto no era.
Si digo, Gianuzzi, solo
lo que veo,
muy cerca, en un plasma a
color,
una lata roja de dos
pisos
con el techo abierto al
cielo de la muerte
y micrófonos que buscan
seres humanos
inexistentes.
Lejos, imagino y no veo.
Dicen cincuenta y cinco,
dicen heridos.
Digo Primavera Otoño
Invierno
otra vez primamuerte.
Una sola digo y es
suficiente.
Veo, veo, Gianuzzi
pero eso no es el poema.
Soluciones individuales:
Gauguin en la playa con
las morenas
y su edén personal.
Picasso transformando
amores
en vaginas dentadas.
Una caja con una oreja en
un prostíbulo
y un girasol en la tela.
Rimbaud en África con
melena de león.
Pessoa plurificcional,
heteroinfeliz,
multisolitario, uninónimo
y final.
Neruda abrazándose a los
mascarones de proa del living
cuando Matilde se
escondía detrás de la pared.
Los cuerpos se mueven
adentro de cánticos de alabanza.
Otros cuerpos se mueven
en canchas
donde un nuevo hoyo es
una nueva frontera.
Pero esto no era.
Era otra cosa, siempre es
otra cosa.
Siempre es lo que no se
ve
y es todo tan flor de
cactus y arañita
que desde este margen
te aprieto la mano
sabiendo que Bradbury, Wells y Orwell
lo veían sin pantalla
en el margen de su
imaginación.
Este poema nunca fue
soñado
porque no es este.
El dolor te llama en cada
idioma,
te llama por nombres que
otros les pusieron.
Silencio, silencio
este margen llama a silencio.
17
— ¿Qué corrientes poéticas del siglo XX te han parecido más interesantes? ¿En
cuál de ellas consideras que se inscribe tu tendencia?
SR
— No creo en
las corrientes poéticas, no me interesan los “ismos”, solo me interesan los
poetas y propuestas poéticas que me movieron y me mueven el piso, las que me
con-mocionan, me emocionan con los temas, las palabras, el estilo, las imágenes
que sustentan esos poemas, en las ideas que les dan cuerpo y nos hacen
tambalear los esquemas, nos hacen temblar y desistir muchas veces de la propia
escritura. Por lo tanto me encantaría inscribirme en esas tendencias.
18 — ¿Cómo te parece que
afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos
o metas, estar lejos de lo que para vos constituya el ideal?
SR —
No tengo metas o ideales a nivel profesional; estoy por demás agradecida por el
solo hecho de haberme sido permitida la palabra como un modo de recorrer el
camino, como una forma de religión posible, una mirada personal hacia el mundo
al que llegué causalmente y en el que fui golpeada por el dolor y reconfortada
por el goce. Eros y Tánatos de los que está compuesta la vida y traté de
traducir en la escritura.
19 — ¿Tu mundo
onírico alimenta a veces de manera directa tu forma de escribir?
SR —
Creo, siento, que mi poesía surge de experiencias concretas con el entorno, con
otros seres. Si, tal vez imaginando qué pueden haber sentido o experimentado
otros personajes, otras personas, en esos casos más que a la emoción apelo a la
creatividad. No, definitivamente no considero que lo onírico haya influido en
mi escritura.